Porque yo no sabía que quería ser una princesa... Hasta que deseé serlo con todas mis fuerzas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Experiencias en un hospital (I)



¡Hola a todos!

Ante todo, mil gracias a los que leéis, los que habéis comentado o los que habéis decidido seguirme. Es mil veces más de lo que me esperaba, os lo aseguro. Ojalá hubiera tenido un segundo para contestaros, pero lo que si os puedo decir es que me pasé por vuestros blogs, de veras. Me gusta conocer a la gente que se pasa por aquí.

Lo segundo que tengo que explicar es mi ausencia por tantos días. Y es que no ha sido por algo que no quiera, o por haber estado ocupada. Simplemente, no me he podido acercar a un ordenador porque estas últimas semanas me las he pasado en un hospital.

Sí señores. Al final mi anemia fue en picado por pasar tanto tiempo sin comer bien y sin descansar como los demás quieren que descanse y, después de varias analíticas y estudios, aconsejaron a mi familia que me ingresaran en contra de mi voluntad por un cuadro de anorexia.

En contra de mi voluntad porque me negaba a quedarme ingresada. Yo tengo mil cosas que hacer y que soy anoréxica, ya lo sé, gracias, no me han contado nada nuevo. Pero dio lo mismo. Me dieron una baja en el trabajo y me encerraron en una habitación de hospital en la planta dedicada a trastornos alimentarios.

Y es curioso, porque al mismo tiempo han sido las mejores y las peores semanas de mi vida.

Las peores por mi familia, por supuesto. Lo están pasando fatal y eso era lo último que yo quería. Uno de los primeros psicólogos que me vio dijo lo típico: "esto no es más que una desesperada llamada de atención", palabras textuales. Menos mal que los demás eran un poquito más inteligentes, pero ese idiota logró que mi padre y mi madre sintieran toda la culpabilidad del mundo sobre sus hombros, acusándose de no haberme hecho el suficiente caso y de haberse volcado más con mi hermanita, que al ser mucho más pequeña que yo (11 años más pequeña) necesita más cuidados. Como si yo no fuera consciente de que, a mis 19 , casi 20 tacos, no tengo que tener a papá y a mamá detrás o como si sintiera celos de mi hermanita, cuando yo la adoro.

¿Todavía alguien me pregunta por qué no decía nada a mi familia cuando comprendí que tenía un problema de anorexia? Cuando mi familia estaba ignorante, pensaban que estaba un poco deprimida por mi ruptura con V, el chico del que ya hablé en otra entrada, pero nada más. Ahora, han llegado un montón de médicos que han hecho que a mis padres les salten todas las alarmas y que han logrado que tengan las caras más tristes que yo les haya visto jamás en mi vida. Incluso a mi chiquitina, a mi hermanita se le ha apagado la sonrisa. Casi no podía soportar verles cuando venían los días de visita, sentir su sufrimiento era demoledor para ya mi frágil mente.

En cambio han sido las mejores semanas de mi vida porque por fin me he sentido entre iguales.


Ya había explicado antes que jamás había conocido a otra "Ana" o a otra "Mía" y que por eso no me di cuenta hasta muy tarde de mi enfermedad. También por eso me he sentido muy sola, porque era consciente de que nadie a quien yo le hablase de mi situación iba a entenderme. Eso de que los psicólogos están para ayudar... A mí lo único que me han demostrado es que son gente que, por dinero, fingen interesarse por ti durante sesiones de una hora y que después, al llegar a casa, desconectan y tu no eres más que un informe en su carpeta. Por supuesto que habrá psicólogos que se preocupen por sus pacientes, pero yo no he tenido la suerte de toparme con ninguno.

Bueno, la primera mañana allí fue la de "conocer las normas y habituarse al lugar". Llegué cuando todo el mundo estaba en sesiones individuales, terapia de grupo, rehabilitación y talleres, así que no había nadie cuando yo llegué, las habitaciones estaban totalmente vacías. Una enfermera malencarada tan obesa que no cabíamos las dos por la puerta (y mira que yo ahora soy un palillo) me llevó con desgana por las instalaciones: El comedor común, los cuartos de terapia individual, las dos salas grandes de terapia de grupo y talleres... Rehabilitación se daba en otra planta. Pero según me dijo de malas maneras la tipa esa, yo no tendría que hacerla de momento porque no había perdido demasiada masa muscular.

Odiaba la manera en que me miraba. Era una mezcla de desprecio y asco. No entiendo muy bien por qué, y más cuando debería ser yo la que la miraba así. Debería haberla echado una foto, porque era una thinspo reverse real como no he visto una en mucho tiempo. Rodeada de litros y más litros de grasa fofa que temblaban al tiempo que hablaba, cara de buldog con malas pulgas y ojos marrones, pequeños y mezquinos. O quizás esto último de "mezquinos" era mi impresión.

Pero entendedme, yo acababa de llegar a un hospital para estar ingresada una semana como mínimo. Estaba asustada, como siempre me pasa cada vez que llego a un entorno nuevo, aunque nadie me lo note. Estaba triste por mi familia, de quienes me acababa de despedir. Y estaba deprimida por haber sido descubierta. Como comprenderéis, lo último que necesitaba era que una gorda sebosa, que la tierra tiembla cuando da un paso, me mire con desprecio, como si no fuera nada.

Llegamos a mi habitación. Era soleada por las mañanas y parecía más pequeña de lo que era, porque además de las dos camas que tienen todas estas habitaciones, había un armario grande y la pared que daba a la cama más cercana a la ventana estaba cubierta totalmente por diferentes fotos de chicas y chicos jóvenes, posters, dibujos... Cosas que pone alguien cuando quiere hacer acogedor un sitio en el que pasa mucho tiempo pero que no es su casa. En ese momento me entró un escalofrío. Mi compañera de habitación debía de haber pasado mucho tiempo en el hospital, y pensé que quizás yo también me iba a tirar allí dentro meses y más meses.

La "Vaca" (que es como todo el mundo de la planta llama a esa enfermera y como la llamaré hasta el día en que me muera) me tiró un pijama del hospital y me ordenó ponérmelo. No se retiró mientras me lo ponía, según ella tenía que vigilar que no escondiera ninguna botella de agua o algún medicamento entre la ropa. Estuve por gritarle "¡Por el amor de Dios, con el cuerpo que tengo ¿tú crees que no se va a notar si escondo algo en el pijama? ¡SI CASI PUEDES CONTAR MIS COSTILLAS A TRAVÉS DE LA CAMISA!". Enfermera odiosa...

Pero me contuve. Y la "Vaca" aprovechó para contarme las rutinas y horarios. Obligatorios el desayuno, la comida de media mañana, la merienda y la cena. Diez horas de sueño mínimas. El tiempo que no era para comer o para dormir se repartía entre terapia individual, terapia de grupo y algún taller ocasional. Todos los baños de la planta estaban cerrados con llave y sólo las enfermeras tenían la llave. Cuando querías ir al baño, una enfermera entraba contigo para vigilar que no llamaras a "Mía", que no hubieras tomado laxantes o que no bebieras agua para dar el peso adecuado en los reconocimientos. También me explicó que cuando nos portábamos bien (cuando te comías todo lo del plato o no armabas jaleo en el baño o en las terapias) teníamos premios. "Como los perros" pensé.

Los premios eran cosas como "una llamada telefónica a un amigo", "una persona más para que te visite" o "un paseo por el parque de abajo". Esto último no muy rápido, por supuesto, y supervisado por ella misma junto con otras enfermeras que, en esos momentos debían estar con mis compañeras. Después se largó de allí sin decir más.

En cuanto se largó, me subí a la cama , encogí las piernas, apoyé mi frente en mis rodillas y me eché a llorar. Sinceramente, el desprecio de aquella mujer había sido demasiado para mí después de despedirme de mi familia, y pensar que durante los próximos días iba a vivir en una cárcel donde cada uno de mis movimientos iba a ser vigilado no hacía más que hundirme más en la miseria. Y ya ni os cuento cuando pensé en todas las comidas que me iban a obligar a hacer. Casi vomito allí mismo de las náuseas que me entraron. Tanta comida y tanta caloría entrando en mi estómago... Me dieron arcadas, el sólo pensamiento me dio repulsión.

La verdad, no tengo ni idea de cuanto tiempo estuve allí subida, llorando. Debió ser un buen rato, porque se me hincharon mucho los ojos, parecía una bruja. Entre los sollozos ni siquiera oí cómo se abría la puerta del cuarto, pero lo que si sentí fue a alguien que me daba un abrazo. Dí un respingo y alcé la cabeza.

Y allí me la encontré a ella. A Lorena.







Con vuestro permiso, estoy medio muerta, así que mejor continúo mañana. ¡Buenas noches!

lunes, 8 de marzo de 2010

Cuando los pensamientos se vuelven contra ti... Casi nada puede salvarte.



¡Hola a tod@s!

Vuelta ya del fin de semana. ¡Qué corto se hizo! O qué largo, dependiendo de quien lo vivió.

A mí personalmente se me ha hecho eterno y terrible. Y no porque me haya aburrido, no señor, ¡ojalá! Se me ha hecho eterno porque yo, por norma general, odio los fines de semana.

Entre semana vivo enfocada en mis pequeñajos y mi vida laboral y estudiantil, así que en realidad no me queda mucho tiempo para preocuparme por mi aspecto. Lo cuido, por supuesto, eso es algo que va innato dentro de la mente de alguien que sufre lo que yo, pero no le prestas tanta atención. Es más automático, creo yo. No dejas de preocuparte por calorías, ejercicio, grasas, hidratos y demás, claro, pero como tienes mil cosas más en las que pensar, pues no convertir la comida en el centro de todos y cada uno de tus pensamientos es infinitamente más fácil. De hecho, han habido semanas en que procuraba agotarme a fondo a fin de no pensar en más cosas que no fueran mi trabajo y mi familia. Y puede parecer tonto, pero ayuda.

Pero este fin de semana ha sido uno de esos en los que no hay nada que hacer excepto cosas nimias que se acaban en un abrir y cerrar de ojos. ¿Y qué haces?

Piensas.

Piensas en comida, piensas en el hambre que tienes, en lo muchísimo que te gustan los dulces y en lo que echas de menos el chocolate, el helado, las patatas fritas... En que te apetece comer un buen plato de pasta con carne picada.

Y lo peor es que los fines de semana, la gente como yo que aún vive con sus padres come con su familia. Una mesa repleta de alimentos, con tu familia alrededor, sin posibilidad de escape y con tu tentación más particular ante ti: Entrante, primer y segundo plato, postre, ensaladas, pan, fiambre...

Tú tienes hambre, para qué lo vas a negar. Te mueres por probar un poquito de jamón serrano, la sopa caliente con un montón de tropezones, el asado, la mousse de chocolate que tu madre ha hecho con tantísimo cariño pensando especialmente en ti porque se ha dado cuenta de que últimamente estás muy triste y nada te anima...

Pero Ana está allí, de pie, detrás de la silla y con sus manitas apoyadas en tus hombros. Y, sin que nadie se de cuenta de su presencia, se inclina hacia ti y te dice:

"Ni siquiera mires todo eso. ¿Acaso quieres convertirte en una foca, no caber en tus pantalones, que la celulitis anegue más tus muslos? ¡Chiquilla, ni pienses que vas a probar un bocado de lo que ves! La única comida que no engorda es la que se queda en el plato y tú sabías bien dónde te metías cuando empezaste a hablar conmigo."

Y la culpa por sólo desear comer invade tu cuerpo y tu mente. Cierras la boca y acatas lo que ella te diga, porque tiene razón en lo que dice, eres suya por más que digas que no. Todos esos deliciosos alimentos que mueres por probar, van irremisiblemente a la servilleta, al vaso o al perro si anda cerca. Comes un par de cucharadas de sopa, mucha agua, dos pinchadas de pepino y tomate y ya está.

En ese preciso instante, Ana te mira y sonríe, contenta. Una vez más, la has seguido sin rechistar y no hay cosa que a ella le guste más. Cumplido su objetivo, vuelve a su lugar inicial tras la silla y no te vuelve a decir una palabra, aunque te vigila tratando de que no te des cuenta mientras recoges la mesa y vas tirando lo sobrante al cubo de la basura.

Durante el día haces un esfuerzo por no pensar en tus mareos, en lo que sufres y en lo que necesitas de comida nutritiva y quizás puedas sobrevivir también a la cena sin causar grandes males. Pero el punto álgido llega de madrugada, cuando todos están ya en sus camas y tú, en la tuya, no puedes dormir. ¿Por qué? Porque te mueres de hambre, te duele la cabeza y te mareas con moverte un poquito.

Conoces la solución, no es tan difícil. Sólo tienes que levantarte, salir por la puerta, dirigirte a la cocina y comer algo. Y allá vas, convencida de que un poco de chocolate, de pan, no te va a hacer ningún daño.

Con lo que no contabas era con Ana, que sabía de tus intenciones y te estaba esperando en la puerta del frigorífico. Y te mira con rostro enfadado, furioso, dispuesta a desatar toda su ira sobre ti.

Aquí tienes dos opciones. Darte la vuelta y huír de esa visión tan espantosa... O caer y comer. Lo malo es que cuando coges la segunda opción, cuando empiezas a comer no puedes parar. Necesitas saciarte, ahora, ahora, comida, mucha, ahora, pan, queso, jamón, chocolate, patatas, ahora, ahora.

Esa opción es incluso peor que la primera, porque después viene el sentimiento de culpa. Ana sabe bien cómo hacerte sufrir, y no te creas que se reprime por verte arrepentida. Al contrario, hace que todo te duela y que tu mente pinche, todo para mostrarte lo que sucede y que no vuelvas a hacerlo. Jamás. Una vez que has empezado, ya no puedes parar. Ana es una compañera de por vida, y jamás te libras del todo de ella.

Este fin de semana me ha tocado la segunda opción. Por eso estoy así de deprimida.

A veces me da por mirar otros blogs de chavalinas que acaban de empezar en esto, como si fuera un juego, un modo rápido de perder peso.

Tontas. Salid de aquí lo más rápido que podáis.

Que idiotez... ¿Alguna haríamos caso a eso?

No, claro que no. Pero me siento tan mal, tan asqueadada con el mundo, tan deprimida... Que no puedo desear otra cosa que tratar de impedir que alguien más se sienta tan desgraciada como yo.

Mejor no sigo hablando o acabaré en suicidio =P.

¡Saludos a todos y todos los buenos deseos que soy incapaz de retener para mí!

Rosanegra.

jueves, 4 de marzo de 2010

¿Quién sabe lo que se siente?


¡Hola otra vez!

¿Cómo os encontráis? Yo estoy algo decaída desde que acepté que Ana me tenía en sus manos, pero trato de distraerme con lo que pueda. Mis pequeñajos son una gran ayuda (soy profesora de primaria) y me hacen olvidarme de cualquier problema, pero después llego a casa y ¿qué pasa? Que me toca comer y lo hago mirando y revisando lo que entra o deja de entrar en mi cuerpo. Eso si como algo... No paso hambre, no tengo apetito, eso es todo.

Para distraerme, me conecto a internet, y eso era lo que hacía hasta hace cinco minutos, pero me encontré con un par de cosillas que me dieron ganas de ponerme a escribir.

No se si habréis visitado muchos blogs de amig@s de Ana y Mía, pero en los comentarios a las entradas, casi nunca falta esa alma caritativa que trata de hacer entrar en razón a las chicas con diferentes argumentos:

"Las Anas y Mías siempre se quedan solas"
"¿Es que vuestra meta es MORIROS?"
"Si es que sólo queréis llamar la atención"
"¡No son una imagen, quiéranse!"
"¿La gente se muere en el Tercer Mundo y vosotras os tomáis la desnutrición como modo de vida?"
"No te preocupes tanto por tu peso y preocúpate por ser feliz"
"Las mujeres son más lindas con curvas
"Ser tan delgada no es normal"

La que se lleva el premio (copiada textualmente, perdón por las faltas)

TODAS ESTAN LOCASSSSSSSSSSSSSSSSSSS
TRES CONSEJOS:
1.- COMAN SANO
2.- HAGAN EJERCICIO
3.-QUIERANSE ASIMISMAS!!!

Y mi favorita por encima de todas:

"Seguro que hay mucha gente que te quiere tal y como eres".

Y al ver todos los comentarios (hay miles más, todos del mismo estilo más o menos) no pude evitar ponerme a escribir. Porque ¿qué demonios saben ellos?

¿De verdad la gente piensa que es tan fácil salir de una espiral tan profunda como la de la obsesión por tu físico? A veces pienso que mucha gente cree que basta con palabras bonitas, comida y sesiones de psicólogo. Que es como una "fórmula mágica": Con agitar la varita y poner los ingredientes... Voilà! Ahí está, curada al instante.

Supongo que es lógico, nadie que no lo haya sufrido o que no lo esté sufriendo sabe como se ven las cosas desde aquí dentro. Pero me da rabia ver cómo todo el mundo se considera "experto" en el asunto, como se toman la libertad de aconsejar y decir qué hacer cuando no tienes ni idea de la angustia que puedes llegar a sufrir.

Pero me jode cuando se muestran como alguien con más voluntad o personalidad que las Anas y Mías, como superiores, o cuando piensan que sólo somos pobres tontas que nos dejamos guiar por un estereotipo, pobrecitas niñitas que hay que llevar por el buen camino. Locas que se quitan de comer por llamar la atención.

¿De verdad te atreves a decirme que tienes más voluntad que una Ana que se puede tirar dos semanas sin probar otra cosa que no sean líquidos y que aguanta el dolor que le provoca el hambre? Enferma puede, pero falta de voluntad... Ni en broma.

¿Que se guían por estereotipos? ¡Señores, yo quiero ser más delgada porque mi cuerpo me da asco! ¡Porque cuando me miro al espejo y veo mis muslos enormes y con comienzo de piel de naranja, lo único que deseo es reducirlos! ¡No porque Kate Moss lo sea! ¿Que me gustaría tener su cuerpo? Toma, claro. Pero a mí y al 85% (por no exagerar mucho) de las mujeres del mundo. Porque, te gusten más las curvas o menos, te parezca más atractiva o menos, te vayan ese tipo de mujeres o no, nadie me negara que es guapa

¿Nos quitamos de comer por llamar la atención? Claro, por eso no se lo contamos a nadie y tratamos de que permanezca oculto el mayor tiempo posible. Lo más lógico del mundo.

También soy consciente de que no lo hacen por fastidiar, sino para tratar de convencernos, pero... ¿de veras piensa todo el mundo que no nos hemos dado cuenta de los riesgos? Ser Ana no implica ser tonta, y muy poquita gente que tenga estos trastornos ignora los problemas que puede traer. Quizás cuando comienzas no eres consciente del alcance de los daños y puedes pensar que serán menores pero... Una vez dentro es como las adicciones. Fácil entrar, difícil salir.

Contestando a los comentarios de esas almas caritativas, yo sólo sé que, gracias al cielo, no estoy sola. Mi entorno me quiere, me cuida y se preocupan por mí. No me han dejado nunca y creo que jamás lo harían, siendo Ana, teniendo una enfermedad terminal, tiñéndome el pelo de rosa o bailando sevillanas.

No me quiero morir, adoro estar viva. Lo que no me gusta es mi cuerpo y eso trato de cambiar.

Yo me quiero bastante, y es por eso que quiero estar lo mejor posible. Mi cuerpo no me gusta. Por tanto, si no me gusta algo ¿qué hago? ¿Me deprimo para toda la vida o trato de cambiarlo? Por los riesgos que trae, parece obvio que no es el mejor método pero ¿saben ese refran de "más vale malo conocido que bueno por conocer"? A mí Ana parece que me ayuda a conseguir lo que quiero para mí. ¿Y si hago una dieta y no me funciona como Ana lo hace? Prefiero mi "malo conocido" que un "bueno por conocer".

¿La desnutrición como modo de vida cuando en el Tercer Mundo se mueren? Míralo desde este punto de vista: Dejo más para los demás ¿no? ;) . Fuera ya del intento de chiste, por favor, que no vengan a intentar culparme a mí o a l@s Anas y Mías de esto. Me parece denigrar bastante una situación terrible cuyos culpables son los gobiernos políticos mundiales y nuestra propia historia como "humanidad". No es que sea una ingrata con la vida, que me permite comer mucho cuando en otros lugares se matan por un bol de arroz, pero cada cual busca su camino a la felicidad y este es el mío.

¿Que me preocupe por ser feliz? ¿Y qué demonios crees que estoy haciendo? Durante el camino lo voy a pasar mal, por supuesto, como en casi todos los caminos hacia la felicidad, pero tengo muy clara mi meta y mis objetivos. No creo ser de es@s que, una vez llegada a su objetivo, digan "sigo viéndome gorda, seguiré bajando". Quiero ser delgada, no un esqueleto y, de momento, mi percepción de la realidad sigue bastante bien.

¿Que las curvas están bien? Cierto ciertísimo. Un buen pecho y un buen culo siempre hacen bonito. Pero ¿y lo bonitas que son unas caderas marcadas, unos abdominales firmes y unas piernas bien delgaditas y torneadas? Se pueden combinar las dos cosas.

¿Ser tan delgada no es normal? Claro que no. Personalmente, los esqueletos andantes me dan pánico, yo quiero ser delgada, no "eso". Pero ¿a que tener celulitis o que no se te vea la parte de abajo del bikini bajo la tripa tampoco es normal?

¡Y sí, la gente me quiere tal como soy, al menos los que me importan, pero lo que quiero es quererme yo!

Resumiendo (como podéis comprobar, tiendo a enrollarme una barbaridad xD), me repatea la gente que, por muy buenos deseos que tengan, creen que nos entienden o que nos pueden ayudar.

No es tan fácil. Si lo fuera, habría muchísimos menos blogs Ana y Mía en blogger, por poner un ejemplo. No pretendais que entendéis lo que sentimos, porque lo único que lográis es mostrar que no tenéis ni idea de qué va este asunto. Sólo añadiré una cosa más.

Cuando lloren por haber ganado un kilo, cuando les duela el corazón de mentir a su familia y amigos para tranquilizarles, cuando se odien a sí mismos por haber comido una loncha de jamón serrano, cuando la vomiten porque no puedan con la culpa y tu cuerpo casi por sí mismo la expulse... Entonces que vengan a darme consejos. Hasta entonces, que se callen, por favor, y dejen a esta pobre mente atormentada tranquila.

¡Saludos y que paséis un día mejor que el mío!

Rosanegra

martes, 2 de marzo de 2010

Entrando en un mundo que siempre temí y que ahora abrazo.

 

¡Hola a todo el que lea!

Es la primera vez que creo un blog, así que no sé muy bien qué hacer. Supongo que lo primero será presentarse:

Encantada, yo soy Rosanegra, ¿y vosotr@s qué tal?

El segundo paso debería ser por qué me he decidido a hacer un blog...

Esto ya es más complicado. Y no sé si me va a gustar mucho contarlo. Pero he comenzado este blog con la intención firme de explicar lo que me pasa, lo que siento, lo que voy viviendo día a día y compartir con todo aquel que lea un pedacito de mí. Así que allá voy:

El título creo que deja las cosas bastante claras ¿no? Sólo con meter en cualquier buscador las palabras clave "princesa" y "Ana" y tendremos cientos de entradas que nos llevaran a diversas páginas Anti-Anorexia, pro-Anorexia y cientos de "pros", "contras" y "antis" más. Quizás incluso nos aparezcan referencias a Mía y a sus paginas pro y anti Bulimia.

En mi caso, no estoy ni a favor ni en contra de Ana. Quiero decir, no quiero que nadie la siga o la deje de seguir. Quizás suene egocéntrico, pero este blog va a ir de mí. Que nadie me acuse de incitar, de animar o de cualquier otra cosa de esas que se dicen tanto a los chicos y chicas que caminan por la vida junto con Ana o con Mía y que crean blogs hablando de lo que piensan o de como se sienten. En primer lugar porque no tienen razón. Ni incitamos, ni animamos, ni pensamos en que más gente se junte al bando de alguna de nuestras dos amigas. Sólo expresamos como nos sentimos y, en ocasiones, nos sentimos mejor por ello.

Una vez aclarado esto, creo que toca que admita para los demás, pero sobre todo para mí misma lo que, casi sin darme cuenta, llevo evadiendo durante tanto tiempo:

Ana me ha arropado con sus brazos... Y no me había dado cuenta.

No conozco personalmente a nadie que esté en esta situación (que vaya con Ana, con Mía o con las dos) así que no se muy bien cómo se suele entrar en esto.

¿Es de repente? ¿Un día te levantas y no quieres ser como eres? ¿Tanto ver la tele provoca que quieras volverte como esas modelos que salen, como dice la gente? ¿Sólo quieres llamar la atención, como dicen muchos psicólogos?

Sinceramente, no tengo ni idea. Nunca lo he sabido y creo que jamás lo sabré por mi experiencia propia. Porque en mi caso, ha sido sin darme cuenta.

Nunca he sido una chica gorda, un poquito rellenita o con algunos kilos de más. O al menos eso me han dicho siempre. A pesar de no hacer ejercicio y de no cuidar demasiado mi alimentación, hasta los dieciseis años fui una chica normal, sin demasiada preocupación por mi físico y alegre con la vida. 
Tenía novio por aquel entonces, un chico que me quería con locura, y yo a él. Jamás se quejó por mi figura ni me dijo palabras que no fueran bonitas. Siempre me apoyó y protegió y, aún hoy, nueve meses después de dejarle, no tengo malas palabras y sólo algún reproche que dirigirle. 

La cuestión es que a partir de los dieciseis años, la cosa cambió. Fue cuando más me creció el pecho, así que empecé a ver aumentar los gramos en la báscula, y después vinieron los kilos. Pasé de mirarme de refilón en el espejo nada más salir de la ducha para secarme rápidamente y salir, a tirarme horas frente al espejo, buscando imperfecciones tanto en mi cara como en todo mi cuerpo, ensombreciéndose mi ánimo cada vez que encontraba puntos negros, espinillas o manchitas en la piel.

Al ver que los kilos aumentaban, en vez de hacer algo para combatirlo me deprimí, me deprimí mucho. Y me ahogué en el tabaco y en la comida. Comida, comida mala, comida tentadora, que engaña pareciendo buena pero es mala. Comida que cambia nuestro cuerpo y nos aleja de lo que queremos ser.

Ésto desembocó en que a los 18 años pesaba 60 kilos, mis abdominales ya no estaban duros, los huesos de mis caderas habían desaparecido y mis muslos habían doblado su tamaño. Empecé a ser más insegura todavía de lo que ya era y a darme asco a mí misma. Me negué a desnudarme ante mi novio a la luz en un principio. Después ni totalmente a oscuras quería mostrarle mi cuerpo.

Jamás me planteé siquiera que Ana estuviera detrás manejando los hilos de mi mente, plantando la semilla que haría germinar un tiempo después. Siempre le he tenido pánico a esa enfermedad y siempre me han hecho temerla. Yo he sido de esas chicas que, cuando algún reportaje sobre anorexia salía en televisión, sentía lástima y compasión por los que lo sufrían, y me decía que no podía comprenderlos. Dios, qué tonta era. Nadie puede comprender a todos esos amigos y amigas de Ana y Mía mejor que yo misma, porque también las abrazo con cariño, al menos a Ana de momento.

Las peleas que surgieron por esto con mi pareja, unido a mi malhumor constante y a mis ganas de libertad hicieron que los tres años que yo había pasado con la persona a la que más he querido en el mundo, se volviesen humo y se esfumasen.

¿Hablaba antes de que le dejaba algún reproche? Los principales son estos:

¿Por qué dejaste que te apartara? ¿No te diste cuenta de que algo no iba bien? ¿De que algo había cambiado? ¿De que ya no era la misma?

Al parecer, no se dio cuenta. Se consoló, diciéndose que no me conocía y se fue, dejó que le apartara. La culpa fue mía, por supuesto, por algo fui yo quien le echó, pero... ¿Y si no se hubiera dejado echar?

La respuesta no la voy a saber nunca. Y lo peor es que no me atormenta. ¿Por qué? Porque mi cabeza está llena de otras muchas cosas. Aunque la básica y principal es una:

ANA

Después de dejar a mi exnovio, me propuse ser una persona nueva, una persona diferente, una persona digna de ser admirada por los demás, de esas que todo el mundo se gira para verlas pasar y se asombran de lo bonitas y perfectas que son. Y con esa determinación, comencé la nueva etapa de mi vida.

Me volví una chica "sana" y dejé de fumar y de comer chucherías y comida basura. "Bien", dijeron todos los de mi alrededor. "Eso es bueno".

Aparte de la Universidad y de mi trabajo (soy profesora) decidí apuntarme a un gimnasio para así no pasarme la vida sentada en el sofá. "Bien", volvieron a decir todos mis íntimos, familia y amigos. "Eso es bueno".

Como tenía la Universidad, el trabajo, el segundo trabajo y el gimnasio, me saltaba algunas comidas para llegar a todo a tiempo. Nadie se enteró.

Como las asignaturas de la universidad me exigían más tiempo del que yo tenía para sacar matrícula, incluso sin comer, decidí también usar buena parte de las horas de sueño.

Cuando caí presa de una anemia grave, la gente dejó de decir "bien, eso es bueno". Más bien se preocuparon mucho por mí y mi alimentación. Me vigilaron mucho y no me dejaron sola un momento. Que bueno ¿no?

Pues no. Porque al haber estado tanto tiempo sin comer y comer tanto de repente, engordé más de diez kilos. ¡DIEZ KILOS! La imagen que tanto me había costado conseguir, a la que había llegado con sudor y esfuerzo, estaba rota en mil pedazos. Volvía a estar gorda. Volvía a darme asco.

Creo que la noche en que ví ese peso por primera vez fue también la primera en que usé la palabra "princesa" para referirme a mí. Pensé: "Deseaste ser una princesa y te han roto tu sueño". Y lloré, pasé la noche y buena parte de la mañana llorando, porque no me gustaba como era y, por instantes, incluso me odiaba.

Pero a mediodía, cuando me levanté de la cama, decidí que no iba a renunciar a mi sueño. Era mío, y lo único que me quedaba. No iba a dejar que los demás hicieran con mi vida lo que quisieran ¡ni hablar! Y si yo digo que tengo un sueño y que quiero verme linda, ¡lo voy a lograr!.

A pesar de todo lo que pueda parecer, soy una persona con una gran determinación. Cuando algo me entra en la mente, algo que quiera de verdad, haré lo imposible para conseguirlo. Y así fue.

Dejé el segundo trabajo, me relajé más en la Universidad para tener horas de sueño y me puse otra vez en camino. Volví a preocuparme por mi alimentación, pero en esta ocasión, decidí ser mucho más estricta. Empecé a controlar las calorías que entraban y salíande mi cuerpo. Después vinieron las grasas, los hidratos de carbono, las proteínas... Hasta que de todo hice registro. Puedo decir de memoria el valor nutricional de cualquier cosa de mi despensa sin mucho esfuerzo. También en el deporte me puse mucho más estricta, doblando e incluso triplicando mis sesiones, provocando que llegara a casa agotada por el esfuerzo.

Pero no me importaba pasar hambre o marearme después de una sesión de ejercicio, porque ¡por fin la báscula bajaba un kilo o dos! Por fin estaba en el buen camino para lograr mi meta. Aunque, al mismo tiempo, me frustraba. No bajaba todo lo rápido que yo necesitaba, mi cuerpo tardaba demasiado en volverse como yo quería que fuese.

Todo fue igual hasta hace 2 meses, que sufrí un desmayo en el trabajo. Me llevaron al hospital, me hicieron análisis, me pesaron... Y las malas noticias empezaron a llegar.

Con mirada seria, el médico me dijo que había recaído en la anemia y que mi peso rozaba el borde de lo sano. Le miré con cara extrañada. ¿Cómo podía ser aquello? ¡Si yo sólo estaba cuidándome! Con mucho tacto y educación, el buen hombre me preguntó si había tenido algún problema con mi imagen, si estaba a gusto con mi cuerpo.

No hace falta ser muy listo para ver las señales ¿verdad? No me considero tonta, así que rápidamente caí en lo que aquel tipo insinuaba. ¿Anoréxica yo? ¿Con el miedo que le tengo a esa enfermedad? ¡Ni de broma! ¿Qué coño está diciendo este tipo? Así que mentí, mentí descaradamente. Le dije que estaba muy a gusto con mi imagen, que comía regularmente y que de ninguna manera tenía un desorden alimenticio. Y el pobre hombre, me dejó irme pero mirándome de forma preocupada.

Traté de no pensar en ello, lo intenté con todas mis ganas pero mi mente ganó y empezó mi duda: ¿Acaso soy anoréxica? ¿Se me habrá ido tanto de las manos? Y recurrí a la fuente de información a la que todos recurrimos cuando tenemos dudas: Internet.

Y fue así como descubrí a los amigos y amigas de Ana y Mía, sus blogs, sus experiencias y sus consejos. Me aterré al ver lo mucho que se parecían sus rutinas a las mías y cerré los ojos para no ver las similitudes. Apagué el ordenador y me juré no volver a mirar jamás aquellas páginas. Con ese pensamiento, me fui esa noche a la cama, pero, a pesar de todo, no pude dormir en mucho rato.

Logré controlar la tentación durante una semana y ni me acerqué al ordenador, por miedo a encender internet e ir directa a los blogs que acababa de descubrir. Pero después de esa semana, mi curiosidad pudo más que yo y me embarqué en este mundo virtual del que poco conocía. 

Me sorprendí al ver que muchas thinspos (inspiraciones de delgadez para aquellos que no lo sepan) eran los mismos posters que durante bastante tiempo adornaron mi cuarto, que las personas que escribían eran conscientes de lo que les pasaba, pero que, al mismo tiempo, se negaban a abandonar su sueño. Iban a ser princesas perfectas, costase lo que costase. Lo mismo que yo deseaba.

La prueba de fuego la tuve hace un mes, cuando me decidí a probar un ayuno que una de las chicas proponía en una de sus entradas. Afirmaba que había perdido bastante después de unos cuantos días y aquello era justo lo que yo necesitaba. Volver a perder los kilos que me habían hecho ganar en un periodo corto de tiempo, para volver a verme linda de nuevo.

Con esfuerzo y hambre, cumplí el ayuno a rajatabla. Y 5 días después tenía que mirar los resultados:

¡5 kilos! ¡5 kilos en apenas cinco días!

Lo sé, lo sé, perdí líquidos sobre todo, lo volveré a recuperar, lo que vosotros queráis pero... ¿Qué más me da? ¡Lo que me importa no es lo que perdiera, sino CÓMO me sentí al ver aquel nuevo número en mi báscula!

Me sentí feliz. Se me olvidó todo el hambre que tenía (que aún tengo) y los esfuerzos que me había costado ocultar durante ese tiempo que no estaba comiendo nada sólido. Se me olvidó que debería preocuparme el estar siguiendo algo que, obviamente, era un método salidode chicas anoréxicas. Incluso se me olvidó lo malo que eso había sido para mi salud y que estaba agravando mi anemia. Lo único que sentía era felicidad, estaba completamente plena y llena de dicha. Podría haber llorado de alegría y, de hecho, creo que se me escaparon un par de lágrimas.

¿Lo comprendéis ahora? Lo importante no es lo que hiciera, sino cómo me sentí. Y después de la sorpresa inicial, comprendí que Ana me había atrapado fuerte y que no me iba a soltar así como así. Casi pude verla en el espejo, mirándome satisfecha y sonriendo detrás de mí. En mi fantasía, Ana pone sus manos sobre mis hombros, apoya la cabeza junto a mi cuello y me susurra "Te ha costado, pero por fin has comprendido que, todo este tiempo, has sido mía y sólo mía. Igual que lo seguirás siendo de ahora en adelante."

Porque sí, Ana me ha enamorado. La he temido y odiado, pero ella, mimosa, ha sabido seducirme en mi punto más débil sin que me diera cuenta hasta el final. Me ofrece hacer mis sueños realidad y ¿cómo puedes decirle que no a eso? Además, sus brazos, que temía fueran fríos y duros, son cálidos y me arropan con cariño, al menos por ahora.

Sé que es estricta y que no permite que nadie se salga del camino que ella impone. Es una amante celosa y vengativa, pero como tal la aceptamos, porque sabemos que ella puede darnos la felicidad que buscamos. "Sigue mis normas y alcanzarás tu meta" nos dice con voz dulce. Y nosotros la seguimos, como los ratoncitos de Hamelín. Pero si caemos en comer de modo normal o en atracones, cambiará su rostro a uno deformado por la rabia y la ira y hará que nos duela el cuerpo y que lloremos y nos hundamos de culpabilidad.

También soy consciente de que algún día, no muy lejano, seguramente cuando tropiece durante el camino y caiga en la tentación de comer, Ana me presentará a su mejor amiga, a Mía.

Mia me aterra. Me da más miedo incluso que el que Ana me daba. Se que también puede ser dulce, que también promete cumplir nuestros sueños y que, en ocasiones lo hace más rápido. Pero al mismo tiempo su camino es más arriesgado y más peligroso.

No sé si en alguna ocasión me atreveré también a seguir a Mía, pero no diré "jamás lo haré". Con un error de cálculo ya tengo suficiente, gracias.

Tampoco sé si alguien leerá esto. Aunque es cierto que sería más feliz si alguien lo hiciera, creo que, en realidad ahora no importa demasiado. Lo que importa es que, después de dos horas frente a mi teclado, he logrado plasmar mucho más de lo que hubiera logrado en años de sesiones con el psicólogo, o al menos eso creo.

No sé si a alguien le interesará mi enamoramiento con Ana, pero creo que seguiré escribiendo. Hacía mucho que no me sentía tan descansada de mente. Aunque sea una frase cliché, es como si me hubiera quitado un peso de encima.

Un saludo a todo el que haya leído y gracias por hacerlo. Si quieres decirme algo, comenta sin miedo, aquí todas las opiniones se permiten.

¡Nos vemos en la próxima!

Rosanegra.