Porque yo no sabía que quería ser una princesa... Hasta que deseé serlo con todas mis fuerzas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Experiencias en un hospital (I)



¡Hola a todos!

Ante todo, mil gracias a los que leéis, los que habéis comentado o los que habéis decidido seguirme. Es mil veces más de lo que me esperaba, os lo aseguro. Ojalá hubiera tenido un segundo para contestaros, pero lo que si os puedo decir es que me pasé por vuestros blogs, de veras. Me gusta conocer a la gente que se pasa por aquí.

Lo segundo que tengo que explicar es mi ausencia por tantos días. Y es que no ha sido por algo que no quiera, o por haber estado ocupada. Simplemente, no me he podido acercar a un ordenador porque estas últimas semanas me las he pasado en un hospital.

Sí señores. Al final mi anemia fue en picado por pasar tanto tiempo sin comer bien y sin descansar como los demás quieren que descanse y, después de varias analíticas y estudios, aconsejaron a mi familia que me ingresaran en contra de mi voluntad por un cuadro de anorexia.

En contra de mi voluntad porque me negaba a quedarme ingresada. Yo tengo mil cosas que hacer y que soy anoréxica, ya lo sé, gracias, no me han contado nada nuevo. Pero dio lo mismo. Me dieron una baja en el trabajo y me encerraron en una habitación de hospital en la planta dedicada a trastornos alimentarios.

Y es curioso, porque al mismo tiempo han sido las mejores y las peores semanas de mi vida.

Las peores por mi familia, por supuesto. Lo están pasando fatal y eso era lo último que yo quería. Uno de los primeros psicólogos que me vio dijo lo típico: "esto no es más que una desesperada llamada de atención", palabras textuales. Menos mal que los demás eran un poquito más inteligentes, pero ese idiota logró que mi padre y mi madre sintieran toda la culpabilidad del mundo sobre sus hombros, acusándose de no haberme hecho el suficiente caso y de haberse volcado más con mi hermanita, que al ser mucho más pequeña que yo (11 años más pequeña) necesita más cuidados. Como si yo no fuera consciente de que, a mis 19 , casi 20 tacos, no tengo que tener a papá y a mamá detrás o como si sintiera celos de mi hermanita, cuando yo la adoro.

¿Todavía alguien me pregunta por qué no decía nada a mi familia cuando comprendí que tenía un problema de anorexia? Cuando mi familia estaba ignorante, pensaban que estaba un poco deprimida por mi ruptura con V, el chico del que ya hablé en otra entrada, pero nada más. Ahora, han llegado un montón de médicos que han hecho que a mis padres les salten todas las alarmas y que han logrado que tengan las caras más tristes que yo les haya visto jamás en mi vida. Incluso a mi chiquitina, a mi hermanita se le ha apagado la sonrisa. Casi no podía soportar verles cuando venían los días de visita, sentir su sufrimiento era demoledor para ya mi frágil mente.

En cambio han sido las mejores semanas de mi vida porque por fin me he sentido entre iguales.


Ya había explicado antes que jamás había conocido a otra "Ana" o a otra "Mía" y que por eso no me di cuenta hasta muy tarde de mi enfermedad. También por eso me he sentido muy sola, porque era consciente de que nadie a quien yo le hablase de mi situación iba a entenderme. Eso de que los psicólogos están para ayudar... A mí lo único que me han demostrado es que son gente que, por dinero, fingen interesarse por ti durante sesiones de una hora y que después, al llegar a casa, desconectan y tu no eres más que un informe en su carpeta. Por supuesto que habrá psicólogos que se preocupen por sus pacientes, pero yo no he tenido la suerte de toparme con ninguno.

Bueno, la primera mañana allí fue la de "conocer las normas y habituarse al lugar". Llegué cuando todo el mundo estaba en sesiones individuales, terapia de grupo, rehabilitación y talleres, así que no había nadie cuando yo llegué, las habitaciones estaban totalmente vacías. Una enfermera malencarada tan obesa que no cabíamos las dos por la puerta (y mira que yo ahora soy un palillo) me llevó con desgana por las instalaciones: El comedor común, los cuartos de terapia individual, las dos salas grandes de terapia de grupo y talleres... Rehabilitación se daba en otra planta. Pero según me dijo de malas maneras la tipa esa, yo no tendría que hacerla de momento porque no había perdido demasiada masa muscular.

Odiaba la manera en que me miraba. Era una mezcla de desprecio y asco. No entiendo muy bien por qué, y más cuando debería ser yo la que la miraba así. Debería haberla echado una foto, porque era una thinspo reverse real como no he visto una en mucho tiempo. Rodeada de litros y más litros de grasa fofa que temblaban al tiempo que hablaba, cara de buldog con malas pulgas y ojos marrones, pequeños y mezquinos. O quizás esto último de "mezquinos" era mi impresión.

Pero entendedme, yo acababa de llegar a un hospital para estar ingresada una semana como mínimo. Estaba asustada, como siempre me pasa cada vez que llego a un entorno nuevo, aunque nadie me lo note. Estaba triste por mi familia, de quienes me acababa de despedir. Y estaba deprimida por haber sido descubierta. Como comprenderéis, lo último que necesitaba era que una gorda sebosa, que la tierra tiembla cuando da un paso, me mire con desprecio, como si no fuera nada.

Llegamos a mi habitación. Era soleada por las mañanas y parecía más pequeña de lo que era, porque además de las dos camas que tienen todas estas habitaciones, había un armario grande y la pared que daba a la cama más cercana a la ventana estaba cubierta totalmente por diferentes fotos de chicas y chicos jóvenes, posters, dibujos... Cosas que pone alguien cuando quiere hacer acogedor un sitio en el que pasa mucho tiempo pero que no es su casa. En ese momento me entró un escalofrío. Mi compañera de habitación debía de haber pasado mucho tiempo en el hospital, y pensé que quizás yo también me iba a tirar allí dentro meses y más meses.

La "Vaca" (que es como todo el mundo de la planta llama a esa enfermera y como la llamaré hasta el día en que me muera) me tiró un pijama del hospital y me ordenó ponérmelo. No se retiró mientras me lo ponía, según ella tenía que vigilar que no escondiera ninguna botella de agua o algún medicamento entre la ropa. Estuve por gritarle "¡Por el amor de Dios, con el cuerpo que tengo ¿tú crees que no se va a notar si escondo algo en el pijama? ¡SI CASI PUEDES CONTAR MIS COSTILLAS A TRAVÉS DE LA CAMISA!". Enfermera odiosa...

Pero me contuve. Y la "Vaca" aprovechó para contarme las rutinas y horarios. Obligatorios el desayuno, la comida de media mañana, la merienda y la cena. Diez horas de sueño mínimas. El tiempo que no era para comer o para dormir se repartía entre terapia individual, terapia de grupo y algún taller ocasional. Todos los baños de la planta estaban cerrados con llave y sólo las enfermeras tenían la llave. Cuando querías ir al baño, una enfermera entraba contigo para vigilar que no llamaras a "Mía", que no hubieras tomado laxantes o que no bebieras agua para dar el peso adecuado en los reconocimientos. También me explicó que cuando nos portábamos bien (cuando te comías todo lo del plato o no armabas jaleo en el baño o en las terapias) teníamos premios. "Como los perros" pensé.

Los premios eran cosas como "una llamada telefónica a un amigo", "una persona más para que te visite" o "un paseo por el parque de abajo". Esto último no muy rápido, por supuesto, y supervisado por ella misma junto con otras enfermeras que, en esos momentos debían estar con mis compañeras. Después se largó de allí sin decir más.

En cuanto se largó, me subí a la cama , encogí las piernas, apoyé mi frente en mis rodillas y me eché a llorar. Sinceramente, el desprecio de aquella mujer había sido demasiado para mí después de despedirme de mi familia, y pensar que durante los próximos días iba a vivir en una cárcel donde cada uno de mis movimientos iba a ser vigilado no hacía más que hundirme más en la miseria. Y ya ni os cuento cuando pensé en todas las comidas que me iban a obligar a hacer. Casi vomito allí mismo de las náuseas que me entraron. Tanta comida y tanta caloría entrando en mi estómago... Me dieron arcadas, el sólo pensamiento me dio repulsión.

La verdad, no tengo ni idea de cuanto tiempo estuve allí subida, llorando. Debió ser un buen rato, porque se me hincharon mucho los ojos, parecía una bruja. Entre los sollozos ni siquiera oí cómo se abría la puerta del cuarto, pero lo que si sentí fue a alguien que me daba un abrazo. Dí un respingo y alcé la cabeza.

Y allí me la encontré a ella. A Lorena.







Con vuestro permiso, estoy medio muerta, así que mejor continúo mañana. ¡Buenas noches!

4 comentarios:

  1. Dios mio...
    Puff...me has dejado sin palabras...
    De verdad que los medicos y enfermeras de hoy en dia... Y es que encima lo que mas nos duele es nuestra familia.. Esas cosas no se olvidan nunca..
    Estas mejor no? Si necesitas algo ya sabes donde estoy eh??

    Espero leer sobre Lorena ^^ (por lo que ahs dicho a debido de ser muy buena contigo alli )

    MUCHO ANIMO Y FUERZA EN TODOOO!!
    Mejorate eh?
    Besikoss!

    ResponderEliminar
  2. uff prin hermosa
    qe semanas has pasado
    u.u pero ps lo bueno qe
    ya estas aqi de nuevo
    aw pobre has de haber sufrido mucho
    pero ps ya sabes
    123 conmigo animos
    chao

    ResponderEliminar
  3. Es increíble. Nunca había leído tu blog, pero me ha dejado anonadada. ¡Estoy deseando saber cosas sobre Lorena!
    Animo, de verdad. Espero que ya te encuentres mejor.
    Un abrazo muy, muy fuerte.

    ResponderEliminar
  4. hola amo tu blog princes me ancatn en serio soy nueva osea tre espero princess

    ResponderEliminar