Porque yo no sabía que quería ser una princesa... Hasta que deseé serlo con todas mis fuerzas.

martes, 2 de marzo de 2010

Entrando en un mundo que siempre temí y que ahora abrazo.

 

¡Hola a todo el que lea!

Es la primera vez que creo un blog, así que no sé muy bien qué hacer. Supongo que lo primero será presentarse:

Encantada, yo soy Rosanegra, ¿y vosotr@s qué tal?

El segundo paso debería ser por qué me he decidido a hacer un blog...

Esto ya es más complicado. Y no sé si me va a gustar mucho contarlo. Pero he comenzado este blog con la intención firme de explicar lo que me pasa, lo que siento, lo que voy viviendo día a día y compartir con todo aquel que lea un pedacito de mí. Así que allá voy:

El título creo que deja las cosas bastante claras ¿no? Sólo con meter en cualquier buscador las palabras clave "princesa" y "Ana" y tendremos cientos de entradas que nos llevaran a diversas páginas Anti-Anorexia, pro-Anorexia y cientos de "pros", "contras" y "antis" más. Quizás incluso nos aparezcan referencias a Mía y a sus paginas pro y anti Bulimia.

En mi caso, no estoy ni a favor ni en contra de Ana. Quiero decir, no quiero que nadie la siga o la deje de seguir. Quizás suene egocéntrico, pero este blog va a ir de mí. Que nadie me acuse de incitar, de animar o de cualquier otra cosa de esas que se dicen tanto a los chicos y chicas que caminan por la vida junto con Ana o con Mía y que crean blogs hablando de lo que piensan o de como se sienten. En primer lugar porque no tienen razón. Ni incitamos, ni animamos, ni pensamos en que más gente se junte al bando de alguna de nuestras dos amigas. Sólo expresamos como nos sentimos y, en ocasiones, nos sentimos mejor por ello.

Una vez aclarado esto, creo que toca que admita para los demás, pero sobre todo para mí misma lo que, casi sin darme cuenta, llevo evadiendo durante tanto tiempo:

Ana me ha arropado con sus brazos... Y no me había dado cuenta.

No conozco personalmente a nadie que esté en esta situación (que vaya con Ana, con Mía o con las dos) así que no se muy bien cómo se suele entrar en esto.

¿Es de repente? ¿Un día te levantas y no quieres ser como eres? ¿Tanto ver la tele provoca que quieras volverte como esas modelos que salen, como dice la gente? ¿Sólo quieres llamar la atención, como dicen muchos psicólogos?

Sinceramente, no tengo ni idea. Nunca lo he sabido y creo que jamás lo sabré por mi experiencia propia. Porque en mi caso, ha sido sin darme cuenta.

Nunca he sido una chica gorda, un poquito rellenita o con algunos kilos de más. O al menos eso me han dicho siempre. A pesar de no hacer ejercicio y de no cuidar demasiado mi alimentación, hasta los dieciseis años fui una chica normal, sin demasiada preocupación por mi físico y alegre con la vida. 
Tenía novio por aquel entonces, un chico que me quería con locura, y yo a él. Jamás se quejó por mi figura ni me dijo palabras que no fueran bonitas. Siempre me apoyó y protegió y, aún hoy, nueve meses después de dejarle, no tengo malas palabras y sólo algún reproche que dirigirle. 

La cuestión es que a partir de los dieciseis años, la cosa cambió. Fue cuando más me creció el pecho, así que empecé a ver aumentar los gramos en la báscula, y después vinieron los kilos. Pasé de mirarme de refilón en el espejo nada más salir de la ducha para secarme rápidamente y salir, a tirarme horas frente al espejo, buscando imperfecciones tanto en mi cara como en todo mi cuerpo, ensombreciéndose mi ánimo cada vez que encontraba puntos negros, espinillas o manchitas en la piel.

Al ver que los kilos aumentaban, en vez de hacer algo para combatirlo me deprimí, me deprimí mucho. Y me ahogué en el tabaco y en la comida. Comida, comida mala, comida tentadora, que engaña pareciendo buena pero es mala. Comida que cambia nuestro cuerpo y nos aleja de lo que queremos ser.

Ésto desembocó en que a los 18 años pesaba 60 kilos, mis abdominales ya no estaban duros, los huesos de mis caderas habían desaparecido y mis muslos habían doblado su tamaño. Empecé a ser más insegura todavía de lo que ya era y a darme asco a mí misma. Me negué a desnudarme ante mi novio a la luz en un principio. Después ni totalmente a oscuras quería mostrarle mi cuerpo.

Jamás me planteé siquiera que Ana estuviera detrás manejando los hilos de mi mente, plantando la semilla que haría germinar un tiempo después. Siempre le he tenido pánico a esa enfermedad y siempre me han hecho temerla. Yo he sido de esas chicas que, cuando algún reportaje sobre anorexia salía en televisión, sentía lástima y compasión por los que lo sufrían, y me decía que no podía comprenderlos. Dios, qué tonta era. Nadie puede comprender a todos esos amigos y amigas de Ana y Mía mejor que yo misma, porque también las abrazo con cariño, al menos a Ana de momento.

Las peleas que surgieron por esto con mi pareja, unido a mi malhumor constante y a mis ganas de libertad hicieron que los tres años que yo había pasado con la persona a la que más he querido en el mundo, se volviesen humo y se esfumasen.

¿Hablaba antes de que le dejaba algún reproche? Los principales son estos:

¿Por qué dejaste que te apartara? ¿No te diste cuenta de que algo no iba bien? ¿De que algo había cambiado? ¿De que ya no era la misma?

Al parecer, no se dio cuenta. Se consoló, diciéndose que no me conocía y se fue, dejó que le apartara. La culpa fue mía, por supuesto, por algo fui yo quien le echó, pero... ¿Y si no se hubiera dejado echar?

La respuesta no la voy a saber nunca. Y lo peor es que no me atormenta. ¿Por qué? Porque mi cabeza está llena de otras muchas cosas. Aunque la básica y principal es una:

ANA

Después de dejar a mi exnovio, me propuse ser una persona nueva, una persona diferente, una persona digna de ser admirada por los demás, de esas que todo el mundo se gira para verlas pasar y se asombran de lo bonitas y perfectas que son. Y con esa determinación, comencé la nueva etapa de mi vida.

Me volví una chica "sana" y dejé de fumar y de comer chucherías y comida basura. "Bien", dijeron todos los de mi alrededor. "Eso es bueno".

Aparte de la Universidad y de mi trabajo (soy profesora) decidí apuntarme a un gimnasio para así no pasarme la vida sentada en el sofá. "Bien", volvieron a decir todos mis íntimos, familia y amigos. "Eso es bueno".

Como tenía la Universidad, el trabajo, el segundo trabajo y el gimnasio, me saltaba algunas comidas para llegar a todo a tiempo. Nadie se enteró.

Como las asignaturas de la universidad me exigían más tiempo del que yo tenía para sacar matrícula, incluso sin comer, decidí también usar buena parte de las horas de sueño.

Cuando caí presa de una anemia grave, la gente dejó de decir "bien, eso es bueno". Más bien se preocuparon mucho por mí y mi alimentación. Me vigilaron mucho y no me dejaron sola un momento. Que bueno ¿no?

Pues no. Porque al haber estado tanto tiempo sin comer y comer tanto de repente, engordé más de diez kilos. ¡DIEZ KILOS! La imagen que tanto me había costado conseguir, a la que había llegado con sudor y esfuerzo, estaba rota en mil pedazos. Volvía a estar gorda. Volvía a darme asco.

Creo que la noche en que ví ese peso por primera vez fue también la primera en que usé la palabra "princesa" para referirme a mí. Pensé: "Deseaste ser una princesa y te han roto tu sueño". Y lloré, pasé la noche y buena parte de la mañana llorando, porque no me gustaba como era y, por instantes, incluso me odiaba.

Pero a mediodía, cuando me levanté de la cama, decidí que no iba a renunciar a mi sueño. Era mío, y lo único que me quedaba. No iba a dejar que los demás hicieran con mi vida lo que quisieran ¡ni hablar! Y si yo digo que tengo un sueño y que quiero verme linda, ¡lo voy a lograr!.

A pesar de todo lo que pueda parecer, soy una persona con una gran determinación. Cuando algo me entra en la mente, algo que quiera de verdad, haré lo imposible para conseguirlo. Y así fue.

Dejé el segundo trabajo, me relajé más en la Universidad para tener horas de sueño y me puse otra vez en camino. Volví a preocuparme por mi alimentación, pero en esta ocasión, decidí ser mucho más estricta. Empecé a controlar las calorías que entraban y salíande mi cuerpo. Después vinieron las grasas, los hidratos de carbono, las proteínas... Hasta que de todo hice registro. Puedo decir de memoria el valor nutricional de cualquier cosa de mi despensa sin mucho esfuerzo. También en el deporte me puse mucho más estricta, doblando e incluso triplicando mis sesiones, provocando que llegara a casa agotada por el esfuerzo.

Pero no me importaba pasar hambre o marearme después de una sesión de ejercicio, porque ¡por fin la báscula bajaba un kilo o dos! Por fin estaba en el buen camino para lograr mi meta. Aunque, al mismo tiempo, me frustraba. No bajaba todo lo rápido que yo necesitaba, mi cuerpo tardaba demasiado en volverse como yo quería que fuese.

Todo fue igual hasta hace 2 meses, que sufrí un desmayo en el trabajo. Me llevaron al hospital, me hicieron análisis, me pesaron... Y las malas noticias empezaron a llegar.

Con mirada seria, el médico me dijo que había recaído en la anemia y que mi peso rozaba el borde de lo sano. Le miré con cara extrañada. ¿Cómo podía ser aquello? ¡Si yo sólo estaba cuidándome! Con mucho tacto y educación, el buen hombre me preguntó si había tenido algún problema con mi imagen, si estaba a gusto con mi cuerpo.

No hace falta ser muy listo para ver las señales ¿verdad? No me considero tonta, así que rápidamente caí en lo que aquel tipo insinuaba. ¿Anoréxica yo? ¿Con el miedo que le tengo a esa enfermedad? ¡Ni de broma! ¿Qué coño está diciendo este tipo? Así que mentí, mentí descaradamente. Le dije que estaba muy a gusto con mi imagen, que comía regularmente y que de ninguna manera tenía un desorden alimenticio. Y el pobre hombre, me dejó irme pero mirándome de forma preocupada.

Traté de no pensar en ello, lo intenté con todas mis ganas pero mi mente ganó y empezó mi duda: ¿Acaso soy anoréxica? ¿Se me habrá ido tanto de las manos? Y recurrí a la fuente de información a la que todos recurrimos cuando tenemos dudas: Internet.

Y fue así como descubrí a los amigos y amigas de Ana y Mía, sus blogs, sus experiencias y sus consejos. Me aterré al ver lo mucho que se parecían sus rutinas a las mías y cerré los ojos para no ver las similitudes. Apagué el ordenador y me juré no volver a mirar jamás aquellas páginas. Con ese pensamiento, me fui esa noche a la cama, pero, a pesar de todo, no pude dormir en mucho rato.

Logré controlar la tentación durante una semana y ni me acerqué al ordenador, por miedo a encender internet e ir directa a los blogs que acababa de descubrir. Pero después de esa semana, mi curiosidad pudo más que yo y me embarqué en este mundo virtual del que poco conocía. 

Me sorprendí al ver que muchas thinspos (inspiraciones de delgadez para aquellos que no lo sepan) eran los mismos posters que durante bastante tiempo adornaron mi cuarto, que las personas que escribían eran conscientes de lo que les pasaba, pero que, al mismo tiempo, se negaban a abandonar su sueño. Iban a ser princesas perfectas, costase lo que costase. Lo mismo que yo deseaba.

La prueba de fuego la tuve hace un mes, cuando me decidí a probar un ayuno que una de las chicas proponía en una de sus entradas. Afirmaba que había perdido bastante después de unos cuantos días y aquello era justo lo que yo necesitaba. Volver a perder los kilos que me habían hecho ganar en un periodo corto de tiempo, para volver a verme linda de nuevo.

Con esfuerzo y hambre, cumplí el ayuno a rajatabla. Y 5 días después tenía que mirar los resultados:

¡5 kilos! ¡5 kilos en apenas cinco días!

Lo sé, lo sé, perdí líquidos sobre todo, lo volveré a recuperar, lo que vosotros queráis pero... ¿Qué más me da? ¡Lo que me importa no es lo que perdiera, sino CÓMO me sentí al ver aquel nuevo número en mi báscula!

Me sentí feliz. Se me olvidó todo el hambre que tenía (que aún tengo) y los esfuerzos que me había costado ocultar durante ese tiempo que no estaba comiendo nada sólido. Se me olvidó que debería preocuparme el estar siguiendo algo que, obviamente, era un método salidode chicas anoréxicas. Incluso se me olvidó lo malo que eso había sido para mi salud y que estaba agravando mi anemia. Lo único que sentía era felicidad, estaba completamente plena y llena de dicha. Podría haber llorado de alegría y, de hecho, creo que se me escaparon un par de lágrimas.

¿Lo comprendéis ahora? Lo importante no es lo que hiciera, sino cómo me sentí. Y después de la sorpresa inicial, comprendí que Ana me había atrapado fuerte y que no me iba a soltar así como así. Casi pude verla en el espejo, mirándome satisfecha y sonriendo detrás de mí. En mi fantasía, Ana pone sus manos sobre mis hombros, apoya la cabeza junto a mi cuello y me susurra "Te ha costado, pero por fin has comprendido que, todo este tiempo, has sido mía y sólo mía. Igual que lo seguirás siendo de ahora en adelante."

Porque sí, Ana me ha enamorado. La he temido y odiado, pero ella, mimosa, ha sabido seducirme en mi punto más débil sin que me diera cuenta hasta el final. Me ofrece hacer mis sueños realidad y ¿cómo puedes decirle que no a eso? Además, sus brazos, que temía fueran fríos y duros, son cálidos y me arropan con cariño, al menos por ahora.

Sé que es estricta y que no permite que nadie se salga del camino que ella impone. Es una amante celosa y vengativa, pero como tal la aceptamos, porque sabemos que ella puede darnos la felicidad que buscamos. "Sigue mis normas y alcanzarás tu meta" nos dice con voz dulce. Y nosotros la seguimos, como los ratoncitos de Hamelín. Pero si caemos en comer de modo normal o en atracones, cambiará su rostro a uno deformado por la rabia y la ira y hará que nos duela el cuerpo y que lloremos y nos hundamos de culpabilidad.

También soy consciente de que algún día, no muy lejano, seguramente cuando tropiece durante el camino y caiga en la tentación de comer, Ana me presentará a su mejor amiga, a Mía.

Mia me aterra. Me da más miedo incluso que el que Ana me daba. Se que también puede ser dulce, que también promete cumplir nuestros sueños y que, en ocasiones lo hace más rápido. Pero al mismo tiempo su camino es más arriesgado y más peligroso.

No sé si en alguna ocasión me atreveré también a seguir a Mía, pero no diré "jamás lo haré". Con un error de cálculo ya tengo suficiente, gracias.

Tampoco sé si alguien leerá esto. Aunque es cierto que sería más feliz si alguien lo hiciera, creo que, en realidad ahora no importa demasiado. Lo que importa es que, después de dos horas frente a mi teclado, he logrado plasmar mucho más de lo que hubiera logrado en años de sesiones con el psicólogo, o al menos eso creo.

No sé si a alguien le interesará mi enamoramiento con Ana, pero creo que seguiré escribiendo. Hacía mucho que no me sentía tan descansada de mente. Aunque sea una frase cliché, es como si me hubiera quitado un peso de encima.

Un saludo a todo el que haya leído y gracias por hacerlo. Si quieres decirme algo, comenta sin miedo, aquí todas las opiniones se permiten.

¡Nos vemos en la próxima!

Rosanegra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario